Tu "lengua de origen" no es tosca, es un tesoro olvidado
¿Te ha pasado alguna vez?
Al hablar por teléfono con tu familia, tiendes a usar el mandarín de forma habitual, porque lo sientes más "formal". En reuniones con amigos, al oír a otros hablar un dialecto, en tu interior le cuelgas la etiqueta de "rústico" o "anticuado". Incluso, cuando te preguntan "¿hablas la lengua de tu tierra?", respondes con algo de vergüenza: "Un poquito, pero ya no la hablo bien".
Parece que todos hemos asumido un hecho por defecto: el mandarín es el "idioma", mientras que nuestras lenguas maternas —esas que hemos escuchado desde pequeños, llenas de un sentimiento familiar y cercano— son solo "dialectos". Una existencia que suena más secundaria, menos importante.
Pero, ¿es esto realmente cierto?
Una historia sobre una "receta secreta"
Veamos esta cuestión desde otra perspectiva.
Imagina que tu abuela tiene una "receta secreta de cerdo estofado rojo" que ha pasado de generación en generación. El sabor de este plato es uno de los recuerdos más cálidos de tu infancia. Más tarde, tus padres crecieron y se fueron a diferentes ciudades, como Shanghái, Cantón o Chengdú. Allí, ajustaron ligeramente la receta de la abuela según los gustos locales: los parientes de Shanghái le añadieron más azúcar, haciéndolo de sabor dulce; los de Cantón le incorporaron salsa Zhuhou, para un sabor más intenso; y los de Chengdú le agregaron douban (pasta de frijol picante) y pimienta de Sichuan, volviéndolo picante, aromático y fresco.
Aunque el sabor de estas versiones modificadas del cerdo estofado rojo es diferente, todas tienen su origen en la "receta secreta" de la abuela. Cada una es deliciosa y lleva consigo la historia y la emoción únicas de cada rama familiar.
Ahora, aparece una gran cadena de restaurantes y lanza un "cerdo estofado rojo nacional" estandarizado. Su sabor es bueno, es uniforme a nivel nacional, conveniente y rápido. Para la eficiencia y la uniformidad, esta "versión estándar" se promociona en escuelas, empresas y televisión.
Poco a poco, la gente empieza a sentir que solo esta "versión estándar" es el cerdo estofado rojo auténtico y presentable. Mientras que las "versiones caseras" dulces, saladas o picantes son consideradas "platos caseros", no lo suficientemente "profesionales", e incluso un poco "toscos". Con el tiempo, la generación joven solo conoce el sabor de la versión estándar, y la receta secreta de la abuela, así como esas creativas versiones modificadas, se fueron perdiendo poco a poco.
Esta historia, ¿no te parece una pena?
En realidad, nuestros "dialectos" son esas "versiones familiares del cerdo estofado rojo" llenas de personalidad e historia. Y el mandarín es esa "versión nacional" eficiente y estándar.
Min Nan, cantonés, wu, hakka… No son "variantes regionales" del mandarín, sino lenguas que, a lo largo de la historia, han existido paralelamente al mandarín y que también tienen su origen en el chino antiguo. Son como diferentes ramas que crecen vigorosamente en ese gran árbol genealógico, no pequeñas ramitas que brotan del tronco principal.
Llamar al min nan un "dialecto chino" es como llamar al español o al francés un "dialecto del latín". Desde un punto de vista lingüístico, las diferencias entre ellas ya han alcanzado el nivel de "idioma" e "idioma", no de "idioma" y "dialecto".
¿Qué perdemos al perder un "plato"?
Cuando un "plato casero" desaparece, no solo perdemos un sabor.
Perdemos la figura de la abuela afanándose en la cocina, perdemos ese recuerdo familiar único, perdemos una conexión emocional que no puede ser replicada por la "versión estándar".
Del mismo modo, cuando un "dialecto" declina, perdemos mucho más que una herramienta de comunicación.
En Penang, Malasia, el min nan local (conocido como "hokkien de Penang") se enfrenta a esta situación. Varias generaciones de inmigrantes chinos allí fusionaron la cultura local con su propio idioma, creando un vocabulario y expresiones únicos. No era solo una herramienta de comunicación, sino también el vehículo de su identidad y herencia cultural. Pero con la popularización del inglés y el mandarín, cada vez menos jóvenes pueden hablarlo con fluidez.
La desaparición de un idioma es como si se arrancara la última página de un libro de historia familiar. Esas bromas, dichos antiguos y ese sentido del humor único que solo pueden expresarse con precisión en esa lengua, desaparecerán con ella. El lazo emocional entre nosotros y nuestros ancestros también se vuelve borroso por ello.
Recuperar tu "receta secreta" es un orgullo
Afortunadamente, cada vez más personas empiezan a darse cuenta del valor de estas "recetas familiares secretas". Al igual que esos jóvenes en Penang que se esfuerzan por documentar y promover el hokkien, no están siendo conservadores, sino que están protegiendo un tesoro.
Tampoco es necesario elegir entre la "lengua de origen" y el mandarín. Esto no es en absoluto una lucha de "o tú o yo". Dominar el mandarín nos permite comunicarnos con un mundo más amplio, y retomar la lengua de nuestra tierra nos permite comprender más profundamente quiénes somos y de dónde venimos.
Es una "capacidad bilingüe" aún más genial: ser capaz de manejar la formalidad del idioma oficial y, a la vez, disfrutar de la intimidad del acento de casa.
Así que, la próxima vez que llames a tu familia, intenta charlar con ellos en la lengua de tu tierra. La próxima vez que oigas a alguien hablar un dialecto, intenta apreciar esa belleza única. Si tienes hijos, enséñales unas cuantas palabras sencillas en el acento de casa, es tan importante como enseñarles a recordar su propio nombre.
Eso no es "tosco", eso son tus raíces, tu huella cultural única.
En esta era globalizada, nos resulta más fácil que nunca conectar con el mundo. Pero a veces, la distancia más lejana es precisamente la que nos separa de nuestra cultura más cercana. Afortunadamente, la tecnología también puede ser un puente. Por ejemplo, cuando quieres compartir historias familiares con parientes en el extranjero, pero te preocupa la barrera del idioma, herramientas de chat como Lingogram con traducción de IA integrada pueden ayudarte a romper las barreras iniciales de comunicación. No está para reemplazar el idioma en sí, sino para construir el primer puente de comunicación, para que esas "recetas familiares" perdidas puedan ser compartidas y escuchadas de nuevo.
No dejes que tu "receta familiar" más preciada se pierda en tu generación.
A partir de hoy, diles con orgullo: "Hablo dos idiomas: mandarín y la lengua de mi tierra".